Existen varios trabajos que han arrojado luces sobre los albores del uso de la voz patria.

A mediados del siglo XVIII la dicotomía entre el cosmopolitismo de Voltaire y el patriotismo de Rousseau, enfatizados más tarde por muchos autores al subrayar que el segundo podría haber hecho resurgir el sentido Horaciano de la voz mientras que el primero enarbolaba la famosa fórmula de Cicerón: Patria est ubicumque bene... La patria está allí, donde uno se encuentra bien”.

Para los antiguos romanos la patria era la tierra de los patres, es decir, de los antepasados.

A medida que Roma construyó su imperio anexando vastos territorios, esa concepción comenzó a cambiar.

En Inglaterra, el calificativo patriot es contemporáneo a la revolución de 1640 y permanecerá asociado a quienes habían abolido la monarquía y estaban a favor de una Free Commonwealt.

 

En los veinte años que antecedieron a la Revolución francesa se fue progresivamente desdibujando la diferencia conceptual entre patria y nación hasta que los propios revolucionarios asimilaron las voces. De aquí la ambigüedad fundamental del grito de Valmy de «Vive la Nation!» y la turbia naturaleza de la Grande Nación. El Abate Coyer exclamaría pocos años después:

Qué es la patria? Lo pregunto a los diccionarios de idioma y me contestan quese trata del país donde uno nació. ¡Qué definición más fría! ¿Merecería el nombre de
patria un país que no tuviera sino este único vínculo con sus habitantes? ¿Los Gracos
o los Escipiones bajo la tiranía de Calígula hubieran considerado que Roma era su
patria?
La tensión apuntada por el Abate Coyer en 1748 entre una patria
«por naturaleza» (unam naturae) y otra «por ciudadanía» (alteram ciuitatis) bebía
obviamente de la fuente de Cicerón y constituiría uno de los grandes tópicos
de la segunda mitad del siglo XVIII. Permitiría introducir la diferencia entre
el tradicional «amor a la patria», o «amor de la patria», y el nuevo concepto de
«patriotismo». En 1789, ésta fue planteada de la siguiente forma por el lexicógrafo
José López de la Huerta:
 
El amor a la patria es un afecto natural; el patriotismo es una virtud. El amor
a la patria es al patriotismo como la ceguedad de un amante al celo de un buen amigo:
aquel cree que no hay cosa mejor que lo que ama; este procura que no haya cosa mejor que lo que estima.
 
Dos formas de patriotismo podrían entonces haberse desarrollado:
un «patriotismo liberal», de corte romano y republicano, que adelantaba
la idea según la cual "no existe patria bajo el despotismo", y un "patriotismo humanitario", de corte grecorromano y cristiano, que ensalzaba la «sociedad general
del género humano».
Esta disyunción anunciaba la polémica de mediados del siglo
XVIII entre el cosmopolitismo de Voltaire y el patriotismo de Rousseau.
En resumidas cuentas, surge cierto contraste entre Francia e
Inglaterra: los ingleses valoraron el patriotismo ignorando la voz patria, mientras
que los franceses la utilizaron para valorar un ente abstracto sinónimo de libertad
mientras vivían bajo el absolutismo. Empero, la voz patria se mantenía como un
cultismo latino de uso limitado: numerosos estudios han mostrado su escasa presencia
en los propios Cahiers de Doléances de 1789, ya que los campesinos prefirieron
la voz nación o país.
Las luchas de Independencia, tanto en la península ibérica como en América permiten
preguntarse acerca de la identificación o la distinción establecida entre patria y
nación por cada uno de los contrincantes o la posible relegación de uno de los conceptos
y de sus adjetivaciones como propios del enemigo o invasor.
La patria se hizo entonces más abstracta. Se descarnó para refugiarse en el
orbe moral de las referencias clásicas e ilustradas y el patriotismo fue elevado al
rango de virtud . Esta desmaterialización del referente de la voz se hizo posible
gracias al refuerzo del concepto de nación que tuvo lugar en esa misma época. En
junio de 1789, uno de los pacificadores del Socorro brindó al Virrey de la Nueva
Granada un verdadero tratado sobre «el amor, obediencia y fidelidad a los Soberanos
y a la Patria». Su precepto fundamental era que : «La Patria es el Reino, es
el Estado, es el cuerpo de la Nación de quien somos miembros y donde vivimos.
En el Río de la Plata, en 1809 el «amor a la patria» que profesaba
Francisco Rivarola seguía apelando a la «sumisión y fidelidad a las legítimas
potestades constituidas por Dios en la tierra». Una postura absolutista que negaba
el apego «al suelo en que nacimos» y preconizaba «una solicitud a toda prueba por
el bien, aumento, y prosperidad de la Nación
De esta confusión general nació el afán de clarificación que fue plasmado en el Catecismo Político Cristiano de "José Amor de la Patria". Desde Chile, éste llamaba a todos los americanos a que fueran patriotas y republicanos e hicieran un "escarmiento" de quienes atentaran a la libertad. En Caracas la Junta gubernativa emitió en aquel momento un interesante alegato al plantear la patria como una «congregación de
hombres que viven bajo un mismo gobierno», cualquiera que fuera la forma de este último y el "espacio de tierra" que la soportase.
En la década de 1810 es notoria la mayor utilización de la voz patria frente a otras voces, como las de nación o Estado e incluso país, razón por la cual María Cruz Seoane llegó a afirmar con respecto al lenguaje constitucional de 1812 que la palabra "patria" simbolizaba el moderno sentido de la palabra 'Nación'.
En otras palabras, el "Viva la Patria" hispánico sería el equivalente del "Viva la Nación" de Valmy . Tomemos en cuenta,sin embargo, que cuando Francisco José de Caldas escribió desde Bogotá en septiembre 1810 que el sentimiento de "Viva la Patria" era unánime desde el Ontario hasta el estrecho de Magallanes, ensanchaba el territorio de la libertad al hemisferio occidental en su conjunto.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El Escudo Nacional Argentino

La Promesa a la Bandera y su historia